El debate sobre el futuro del dinero volvió a encenderse la semana pasada con las nuevas declaraciones de Agustín Carstens, una de las voces más influyentes en el mundo de las finanzas tradicionales a nivel global, tras haber ocupado el máximo cargo al frente del Banco de Pagos Internacionales (BPI) desde el 1 de diciembre de 2017 hasta el pasado 30 de junio de 2025.
En un evento conmemorativo por el centenario del Banco de México, el exgobernador del banco central mexicano, reiteró una postura que ha mantenido por casi una década: “el dinero emitido por entes privados históricamente ha terminado en el caos”.
Este nuevo capítulo, documentado por el medio mexicano Expansión, no es una novedad, sino el eco de una posición arraigada que ha marcado la trayectoria de Carstens como ejecutivo financiero.
Para el ex director general del BPI, las criptomonedas privadas encabezadas por Bitcoin, son una propuesta inherentemente inestable que carece de la base fundamental de cualquier moneda digna de ese nombre.
Vale destacar que Carstens, ha realizado intervenciones bastante críticas contra Bitcoin y las criptomonedas privadas en general desde 2017, incluso allí mismo en México, desde donde pronunció uno de sus más famosos discursos, recién nombrado en el puesto de BPI, el cual se hizo viral en el ecosistema de las criptomonedas por su posición tan cerrada y particular.
En una conferencia magistral que impartió en el Instituto Tecnológico Autónomo de México (ITAM) en 2017, cuando aún era Gobernador del Banco de México, Carstens declaró: “Bitcoin no es una moneda”, argumentando que, al no tener el respaldo de un banco central o una nación que cobre impuestos, Bitcoin no puede ser considerada una moneda, describiéndola como una mercancía.
También señaló que favorecía el “anonimato y mercados negros”, resaltando que la característica de anonimato había provocado que esta criptomoneda sea utilizada en actividades ilícitas y mercados negros.
Aunque ciertamente, nunca hizo referencia al respecto de los cientos de miles de millones de dólares que se mueven a diario en el sistema financiero tradicional, que proviene de actividades ilícitas, corrupción y mercados negros.
Y por supuesto para cerrar, señaló los riesgos del mercado de las criptomonedas, advirtiendo sobre la vulnerabilidad a los hackeos y la falta de un asiento contable en el sistema financiero tradicional.
Sin embargo, la visión de Carstens en este tema contrasta radicalmente con la emoción de los inversores del mercado de criptomonedas, que se mantienen ganando dinero en este ecosistema mientras los precios de Bitcoin suben y bajan en ciclos de euforia y pánico.
A pesar de ello, la posición de Carstens frente a las criptomonedas se ha mantenido imperturbable desde 2018, cuando advirtió por primera vez a los bancos centrales del mundo sobre los riesgos que «supuestamente» representaba este sector para las economías del mundo.
En ese entonces, durante un discurso en junio de ese año en Basilea, Suiza, dijo que “La irrupción de las criptomonedas hace imprescindible la coordinación global para evitar usos indebidos y limitar estrictamente las interconexiones con instituciones financieras reguladas”.
Obviamente, su escepticismo no ha disminuido con el tiempo. En 2023, en una entrevista con Bloomberg, declaró que “la batalla ha sido ganada” por el dinero fiduciario, respaldado por las autoridades monetarias.
A diferencia de las criptomonedas, que dependen de la confianza en una red descentralizada y anónima, el dinero tradicional, según Carstens, se sustenta en la confianza histórica, la solidez institucional y la capacidad de un Estado para respaldar su valor a través de la política fiscal y monetaria.
La crítica de Carstens no es meramente técnica, sino filosófica. Para él, la tecnología por sí sola, por muy disruptiva que sea, no genera dinero confiable, ni mucho menos un sistema financiero confiable, ya que no existe un estado detrás. Por supuesto, mucha agua ha pasado bajo el puente y su visión es casi obsoleta hoy día.
Carstens afirma que para que una moneda, pueda cumplir su función social y económica, debe desempeñar tres roles esenciales: ser un depósito de valor, una unidad de cuenta y un medio de cambio. En la visión casi obsoleta de Carstens, Bitcoin y sus pares fallan en cada uno de estos puntos.
La extrema volatilidad de su precio, que puede fluctuar cientos de dólares en un solo día, lo descalifica como un depósito de valor. Preguntándose: ¿Quién querría ahorrar en un activo que puede perder la mitad de su valor en cuestión de semanas?
De igual forma, Carstens opina que su inestabilidad lo hace una unidad de cuenta inútil. Nadie establece un precio de un bien o servicio en “0.0005 bitcoins” porque el valor de ese número sería incomprensible de un día para otro.
Y en la práctica, su uso como medio de cambio sigue siendo marginal, limitado a un puñado de transacciones según señala él y, en gran medida, a mercados ilegales, una preocupación que Carstens ha señalado en múltiples ocasiones para desmeritar los logros en la adopción de Bitcoin y las criptomonedas.
El exgobernador de Banxico también ha citado la historia como prueba irrefutable. En sus declaraciones más recientes, hizo referencia a episodios desde el siglo XVI hasta la Revolución Mexicana, donde los intentos de crear monedas paralelas a la de los estados terminaron en inflación descontrolada y caos económico.
Estos ejemplos históricos, de los “bilimbiques” en la era revolucionaria mexicana hasta la “wildcat banking” en el siglo XIX en Estados Unidos, demuestran que la emisión de dinero sin un respaldo estatal fuerte conduce inevitablemente a la desconfianza y el colapso.
La visión de Carstens, sin embargo, supuestamente no es anti-innovación, ya que él mismo mientras estuvo al frente del BPI, fue uno de los principales promotores de las monedas digitales de los bancos centrales (CBDC), las cuales consideran una alternativa segura y eficiente a las criptomonedas privadas, pero que en gran parte del mundo no es vista con buenos ojos.
A diferencia de Bitcoin, una CBDC sería emitida y respaldada directamente por el banco central de una nación, combinando las ventajas de la tecnología digital —rapidez, trazabilidad y bajo costo de transacción— con la estabilidad y confianza del dinero fiduciario.
Para Carstens, la diferencia es fundamental: una CBDC representa la evolución del dinero público, mientras que Bitcoin es un intento de reinventar la rueda del dinero privado, “supuestamente” condenado por la historia a fallar.
En última instancia, el debate entre Carstens y el mundo cripto es una lucha de paradigmas. Por un lado, una visión anarquista y descentralizada del dinero donde cada quien cuida y maneja su dinero a su conveniencia; por el otro, una visión institucional y regulada, pero no cabe duda que jamás pensó que ambos mundos se fusionarían como está sucediendo en la actualidad.
Si bien es cierto que Carstens simplemente se sitúa firmemente en el bando con “visión institucional y regulada”, convencido de que la confianza y el orden, pilares del sistema financiero, no pueden ser subcontratados a un algoritmo o una red anónima, estos paradigmas están cambiando a medida que se integran el TradFi con el DeFi.
No obstante, el camino de Carstens al frente del BPI ha terminado, para dar paso al español Pablo Hernández de Cos, el cual asume la dirección general de esa institución financiera conocida como el Banco Central de los bancos centrales, tras su paso como gobernador del Banco de España.
Es probable que la cruzada de Carstens no haya terminado aún. Pero en todo caso, mientras el mundo financiero siga evolucionando, seguramente su voz continuará resonando desgastadamente, sin el impacto inicial, que servirá de recordatorio sobre la lucha de las viejas estructuras financieras versus los movimientos financieros disruptivos.
Aunque, seguro que para otros, serán un eco a los llamados de los riesgos inherentes de dejar el dinero, y el poder que este confiere, en manos de lo privado, lo que al final se traduce en la pérdida de control y poder de las viejas instituciones sobre el dinero de las personas.