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Seguridad alimentaria y sostenibilidad en el Mediterráneo

Por Anwar Zibaoui, Coordinador General en ASCAME

El COVID-19 ha creado una mayor conciencia sobre la importancia de la seguridad alimentaria entre productores, empresas, gobiernos y consumidores.

La producción agrícola es uno de los pilares de la economía, ya que representa el 3% del PIB mundial y casi el 30% del empleo global. Sin embargo, los mercados agrícolas son inestables y reaccionan a pronósticos especulativos de los operadores, con variaciones en los precios, como ya ocurrió en 1986, 1996 o 2008.

Los fuertes aumentos de precios desencadenan disturbios y revueltas entre los consumidores, además de una elevada inestabilidad en ingresos para los productores: las pymes agroalimentarias y granjas.

En 2020 esta situación se ha complicado por el cierre de fronteras para contener la pandemia. La inseguridad alimentaria, que afecta ya casi al 40% de la población mundial por la falta de alimentos o por su mala calidad, se ve mucho más comprometida por el incorrecto funcionamiento de las cadenas de suministro y la salud pública.

Además, debido a la globalización de los mercados, las cadenas agroalimentarias se han fragmentado, lo que las hace más vulnerables a las crisis económicas y de salud. Estas crisis, que se suman a la degradación de los recursos naturales (tierra, agua, biodiversidad) y al cambio climático, cuestionan directamente el sistema alimentario agroindustrial.

Es el momento de realizar planteamientos eficientes. Las dietas alimentarias patrimoniales, como la Dieta Mediterránea, deben constituir la base de la construcción de sistemas alimentarios regionales, basados en aspectos como la proximidad, solidaridad y autonomía, y por lo tanto, ser así más resistentes a las crisis económicas y sociales, de salud o del clima.

Al movilizar la agroecología, la bioeconomía circular y la gobernanza participativa, estos sistemas tienen la capacidad de garantizar un desarrollo local sostenible recuperando el mercado interno de los productos locales. Todo ello permite contribuir a reducir las fracturas territoriales revitalizando las zonas rurales, y también exportar a un mercado internacional más concienciado.

«Es urgente promover una nueva visión y un nuevo modelo de asociación del sector agrícola y alimentario en el Mediterráneo, basado en redes de desarrollo conjunto, que ayuden a superar las crisis actuales y futuras«

Una visibilidad a largo plazo compartida es esencial para movilizar los recursos necesarios que desarrollen la cooperación agrícola entre las dos orillas del Mediterráneo e impulsen la construcción de un mercado integrado regional.

La industria agrícola ha pasado en las últimas décadas por una fase de innovación. Ahora la seguridad alimentaria, las nuevas tendencias y la sostenibilidad producen más oportunidades para las pymes agroalimentarias, tan necesarias para apoyar la seguridad alimentaria mundial.

Digitalizar el sector con el fin de aumentar la producción agrícola y hacer frente a los riesgos climáticos ha demostrado su relevancia y promueve la cadena de valor en términos de productividad, trazabilidad, calidad, acceso al mercado o control de la salud.

Las granjas modernas usan soluciones y software para intervenir en parcelas, cumplir con regulaciones, monitorear la certificación de exportación o administrar la fuerza laboral.

En 2019, nuevas empresas agrícolas mundiales invirtieron casi 20.000 millones de dólares en tecnologías digitales.

En el Mediterráneo el desafío se encuentra en promover una agricultura moderna, competitiva, global y sostenible en recursos para aumentar el atractivo del sector y ofrecer oportunidades de empleo a los jóvenes en un mercado laboral dependiente de la tecnología.

La disponibilidad, el acceso y el consumo de alimentos de calidad son necesarios para el bienestar. En zonas como el África Subsahariana, 4 de cada 10 personas viven en extrema pobreza con menos de 1.90 $ por día. Y, lamentablemente, el número de personas desnutridas está en aumento en todo el mundo debido a efectos combinados de sequias, inundaciones, plagas, conflictos internacionales o variaciones en los precios de las materias primas.

El Objetivo de Desarrollo Sostenible de ‘Cero hambre’ para 2030 ya casi es inasumible.

Sin embargo, existen opciones. Es posible implementar estrategias para lograr la seguridad alimentaria ayudando a los agricultores y pequeños productores. Es preciso eliminar las barreras; invertir en energías renovables como la eólica, la solar o la hidroeléctrica a través de asociaciones público-privadas para aumentar el suministro de electricidad, y facilitar la producción y el procesamiento local de alimentos.

Es posible mejorar las infraestructuras, carreteras, y caminos para conectar las zonas productoras rurales y agrícolas con los mercados, así como facilitar subsidios directos a los productores rurales, que son los que pueden evitar el hambre y la pobreza extrema.

La pandemia de COVID-19 está agravando los problemas existentes. Por este motivo, urge impulsar medidas para reactivar el sector agroalimentario y evitar su asfixia. Pero también es imperativo sentar las bases para un nuevo modelo de desarrollo sostenible. Es el momento de tomar decisiones valientes.

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