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La Guerra mundial del Coronavirus conllevará un nuevo orden mundial

La crisis global del COVID-19 está muy provocada por la globalización y el comercio internacional

El brote de coronavirus de China, declarado como pandemia por la Organización Mundial de la Salud (OMS), ha impactado en la actividad económica mundial generando un parón, sin precedentes históricos, en las cadenas de suministros mundiales y la actividad económica mundial, en general.

El impacto no sólo ha sido económico sino también se ha notado en el aspecto social y humano, viéndonos obligados a modificar drásticamente nuestra forma de hacer casi todo lo que hacemos para detener la pandemia del coronavirus: cómo trabajamos, cómo saludamos, cómo salimos, cómo nos relacionamos, cómo compramos, y cómo educamos a nuestros hijos en pleno confinamiento.

El coronavirus ha infectado a más de un millón de personas en todo el mundo, paralizando las economías y obligando a permanecer en su casa a un consumidor global, preocupado por su salud y su futuro laboral.

El brote del COVID-19 se inició en China, cuyas autoridades decidieron que las fábricas ampliaran las vacaciones al Año Nuevo Lunar para prevenir un mayor contagio, esto se vio que no fue suficiente, obligando al gobierno chino a establecer una cuarentena a millones de personas para controlar la propagación del virus, originada en Wuhan, restringiendo así los movimientos de personas y, con ello, la actividad industrial. Como se ha visto posteriormente, en el resto de países del mundo se han decretado obligatoriamente los confinamientos para controlar la enfermedad, por parte de sus respectivos gobiernos.

Las consecuencias económicas del coronavirus están siendo ya devastadoras, con unas pérdidas que se estiman en muchos miles de millones de dólares. El alcalde de New York, De Blasio, insistió en que esta situación solo puede compararse a la Gran Depresión, en la década de 1930.

Entidades como el BCE y la OCDE ya dan por sentado una recesión global en la economía (dos trimestres consecutivos de crecimiento negativo), solo hay que ver los datos económicos que se van obteniendo de Estados Unidos y Europa.

En Estados Unidos, después de conocerse que las peticiones de subsidio por desempleo aumentaron en la última semana en 6,6 millones, las cifras del empleo en este país han sido aplastantes.

La contracción se traduce en 701.000 nóminas no agrícolas menos y la tasa de desempleo sube al 4,4%, frente al 3,8% esperado y el 3,5% anterior. En cuanto a las nóminas privadas no agrícolas, se han perdido 713.000.

Estos malos datos sumados a los no mejores de la semana anterior, arrojan que en quince días el incremento de las peticiones de subsidio por desempleo se haya acercado a los 10 millones de trabajadores en Estados Unidos.

El coronavirus va a cambiar a Estados Unidos como en su día lo hizo el 11-S, nada volverá a ser igual.

A Europa no le ha ido mejor, su actividad comercial se ha visto afectada por los esfuerzos por contener una epidemia de coronavirus que ha obligado a los gobiernos a cerrar amplios sectores de sus economías.

Para poder hacer frente a la actual coyuntura económica, los gobiernos de la zona del euro han dado a conocer medidas de estímulo sin precedentes. El Banco Central Europeo ha aumentado su objetivo de compra de activos para este año a alrededor de 1,1 billones de euros para tratar de mitigar las consecuencias.

El PMI compuesto final de la zona euro cayó a un mínimo histórico de 29,7 desde 51,6 en febrero, por debajo de la lectura provisional de 31,4 y marcando con diferencia su mayor caída mensual desde que comenzó la encuesta en julio de 1998. La marca de 50 separa el crecimiento de la contracción.

También el sector servicios se ha detenido casi por completo. Sectores como los viajes, el turismo, los restaurantes y otras actividades de ocio se han visto muy afectados por las medidas de contención del coronavirus.

El índice de expectativas de negocio en el sector servicios se redujo casi a la mitad, hasta un mínimo de 33,5: más de 8 puntos por debajo de su anterior mínimo histórico establecido en noviembre de 2008, cuando la crisis de deuda de la zona euro comenzaba a tomar forma.

Las entidades internacionales tampoco son muy optimistas ante el actual panorama económico mundial que está dejando el COVID-19.

JP Morgan estima que el PIB de la Unión Europea (UE) caerá un 22% el segundo trimestre del año, el del Reino Unido un 30% y el de Estados Unidos un 14% como resultado de la crisis del coronavirus.

Esta misma entidad financiera apunta que la recesión será durante todo el primer semestre de 2020 en todo el mundo, como resultado de una «congelación sin precedentes de actividades en un amplio abanico de sectores».

Goldman Sachs espera una recesión en Europa, Japón, Canadá y Estados Unidos, con una incertidumbre en torno a los números superior a lo normal. Para esta entidad la recesión global ha llegado.

Para enfrentarse a esta crisis económica, social y sanitaria que supone el COVID-19, el Banco Central Europeo (BCE) y la Reserva Federal de EEUU (Fed) han adoptado medidas no conocidas desde la crisis del 2008, para mantener a flote la economía europea y norteamericana.

La Reserva Federal de EEUU anunció la compra de deuda sin límites de importe y tiempo en varios activos de renta fija. Una medida insólita hasta la fecha en las decisiones de la institución.

Mientras que el Banco Central Europeo también anunció un programa de compra de bonos públicos y privados por 750.000 millones de euros.

Todas estas medidas no han servido para frenar el pánico de los inversores en los mercados financieros internacionales, a una pandemia que ya se cobra más muertos en Europa que en China, disparando las primas de riesgo en Europa y una sangría de ventas de deuda soberana que en el caso de Italia dio pie a la intervención del Banco Central Europeo, para tratar de contener las masivas ventas.

Todo parece indicar que la posible solución a la crisis económica causada por el coronavirus estaría en desarrollar un Plan Marshall, ya sea iniciativa de Europa, Estados Unidos o China.

El caso europeo cada vez está más descartado. Estamos presenciando el fracaso del Plan Marshall europeo para afrontar la pandemia y su impacto económico en Europa: han vuelto las peleas entre Norte y Sur, volviendo las historias de la troika y la austeridad y sin consenso alguno sobre la utilización del MEDE y sobre la mutualización de la deuda a través de los coronabonos. Lo que está claro es que ha quedado de manifiesto la fuerte y eterna división de opiniones que existe dentro de la UE.

Cada vez más descartada ésta, una segunda opción de Plan Marshall podría venir de China. Con el levantamiento a mediados de la última semana de marzo, de la cuarentena en la provincia de Hubei, China dio un paso de gigante para tratar de pasar página y volver a la normalidad, aunque todavía existen preocupaciones sobre la posibilidad de una segunda oleada de contagios, que haga volver a la casilla de salida y eche a perder dos meses de esfuerzo en este país en el que han enfermado 82.804 personas y han muerto más de 3.331 por el Covid-19.

Centrándonos en la estrategia económica y geopolítica de China, nos encontramos con que el gigante asiático está trabajando en una red de conexiones que atraviese los cinco continentes. Sus críticos lo describen como un proyecto para dominar el mundo bajo condiciones abusivas; sus defensores dicen que potencia el desarrollo de regiones olvidadas. Nos estamos refiriendo a la Nueva Ruta de la Seda o Iniciativa de la Franja y la Ruta (BRI por sus siglas en inglés).

Esta red de conexiones de infraestructuras, transporte y comercio se reparte por los cinco continentes y le puede costar más de un billón de dólares al Ejecutivo de Xi Jinping.

Este macroproyecto tiene dos grandes ejes, la franja económica para mejorar las comunicaciones terrestres desde China hacia Europa; y la Ruta de la Seda Marítima del siglo XXI para mejorar las vías de navegación de China hacia el Oeste, Asia del Sur y Sudeste asiático, llegando hasta África oriental y el Mediterráneo. Esta iniciativa actuaría de manera similar a un Plan Marshall chino del siglo XXI, pero centrado en infraestructuras y acompañado de un control económico de los países afectados.

En el contexto actual, China se ha erigido como el ganador de la guerra contra el coronavirus, permitiéndose el lujo de ayudar a otros países con su experiencia; mientras que EE.UU. ve como se hace añicos la estrategia “America First” de su presidente Trump.

Como tercera y última opción sería un Plan Marshall norteamericano. El miedo al coronavirus en este país ha creado una sensación de desmoronamiento del statu quo en el que vivía la primera potencia mundial, ya que su población se está confinando ante el avance de la enfermedad en este país.

Ante esta situación, el gigante norteamericano ha invocado una ley de la Guerra de Corea de 1950 para obligar a General Motors a fabricar respiradores. Otras importantes empresas norteamericanas han seguido el mismo ejemplo de fabricar también respiradores.

La llegada de una recesión más dura que la que adquirió el título de Gran Recesión, en 2009, se da por descontada. Lo que crece es el pánico al fantasma de una depresión económica. Las previsiones de algunos analistas, como Morgan Stanley, apuntan a desplomes del PIB del 30% en el segundo trimestre del año, que no se veían en casi un siglo.

Todo esto ha provocado invocaciones al plan Marshall norteamericano desde Congreso de los Estados Unidos.

El presidente y los legisladores norteamericanos acordaron el mayor plan de rescate de la historia estadounidense, con una inyección a la economía de 2,2 billones de dólares, para empresas y ciudadanos, y que se suma a los cuatro billones de estímulos por parte de la Reserva Federal.

Por hacer algo de historia, si nos remontamos al 5 de junio de 1947, dos años después de la finalización de la Segunda Guerra Mundial, la economía de Europa continuaba destruida y Alemania, el tradicional motor económico de Europa, había desparecido del mercado.

Fue entonces, cuando el secretario de Estado de Estados Unidos, el general George C. Marshall anunció el plan que llevaría su nombre, con el objetivo de restaurar la confianza de los europeos en el futuro económico de sus países y recuperar así a Europa como socio comercial. No sabemos si Estados Unidos volverá a estar por la labor histórica, ya se verá, según si el mandatario es Trump, Sanders o Biden.

Lo que nos queda a todos claro de esta crisis es que estamos ante una contienda por el liderazgo del mundo, lo que provocará un nuevo orden mundial sin precedentes, ya sea de la mano de EE.UU. o China (apoyado principalmente por Rusia), ya que a “Europa” ni se le considera y menos se le espera, hasta quizás puede llegar a ser el trofeo para el ganador.

Como conclusión diremos que el Covid-19 ha creado una situación de guerra sin precedentes, donde las restricciones sobre los movimientos de personas, bienes y servicios, y las medidas de contención aplicadas, como el cierre de fábricas, ha provocado un parón de la actividad económica global, como nunca se ha visto.

No hay experiencia histórica de parar la economía voluntariamente, para un par de meses después (en el mejor de los casos) darle al botón de reiniciar la economía y ver su reacción. Lo que si ya está descontado es una recesión global, el desafío ahora es evitar daños en el tejido productivo hasta que vuelva a fluir el dinero. Sin precedente conocido alguno, es tarea más que complicada.

Estamos ante una triple crisis global —sanitaria, económica y política— que une a la humanidad bajo la misma amenaza, pero la divide en las respuestas, como nos estamos encontrando ante las tres opciones de Plan Marshall puestas encima del tapete geopolítico mundial.

Lo que está claro es que todos los esfuerzos de Gobiernos y bancos centrales del mundo están encaminados a hacer todo lo posible para salir de la actual situación. Para ello es imprescindible que no se produzca un descarrilamiento del mercado de deuda internacional, donde las primas de riesgo han empezado ya a alertarnos.

Tal descarrilamiento pondría en serio peligro al dinero fíat, tal y como lo conocemos, teniendo serias dudas sobre las criptomonedas como alternativa, visto el comportamiento del bitcoin últimamente; aunque somos muy positivos con el protagonismo que tendrá el DEFI (finanzas descentralizadas) después de que esta crisis acabe, aunque todavía esté en sus inicios, lo mismo que le pasó a bitcoin en la crisis del 2009.

En definitiva, esta grave crisis es exógena y va a golpear a todo el mundo, por eso alguien debería tomar nota en La Haya y Berlín.

Todos queremos volver a la normalidad cuanto antes, pero parece que la mayoría de nosotros todavía no somos conscientes de que nada volverá a la normalidad después de unos meses. Algunas cosas nunca volverán a ser como antes.

Artículo cortesía de:

Ismael Santiago Moreno, Profesor doctor en Finanzas con la calificación de sobresaliente Cum Laude, por unanimidad. Investigador en Universidad de Sevilla, CEO Olivacoin. Speaker & International Advisor, Escritor libros Economía.

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